Los grupos indígenas antiguos de la Sabana de Bogotá solían habitar el territorio de manera dispersa, viviendo junto a sus cultivos y moviéndose por la planicie a lo largo del año. Por el contrario, tras la invasión española se les obligó a vivir en pueblos de indios, congregados en un espacio urbano con límites claramente definidos. El terreno que se adjudicó para su fundación, por lo general, se encontraba en zonas anegadizas, en los valles de inundación de los ríos o junto a ciénagas y humedales, que en el contexto colonial, y sin un sistema de manejo hidráulico como el antiguo de zanjas y camellones, se convirtieron en “tierras inútiles”, difíciles de habitar. Sin embargo, sabemos que en pueblos de indios como el de Fontibón o el de Bogotá (hoy Funza) se buscó dar solución a la inundabilidad de terreno mediante la construcción de zanjas que hacían las veces de divisores entre solares y cultivos, y atravesaban varias de las calles de estos pueblos o su perímetro con el fin de darle manejo a los excesos de agua. Lo anterior nos llevaría a imaginar a los indígenas desplazándose por las calles de estos pueblos en balsas (especialmente en invierno) y por lo tanto a replantear sus formas de ocupación del espacio durante el periodo colonial.
La territorialidad de los grupos antiguos de América distaba mucho de la forma como hoy la comprendemos. Estamos acostumbrados a una noción de frontera que de cierta forma delimita un espacio, y aunque hablemos que las fronteras son fluidas, que son zonas grises donde ambos lados se mezclan e interactúan, lo cierto es que ahí están esas fronteras para expresar una demarcación clara, jurisdicciones diferentes, que pueden obedecer a la división política de una nación, de un departamento, de un municipio, o simplemente para delimitar la propiedad individual sobre un espacio tan grande como una hacienda o tan pequeño como un apartamento de 25 m². Para inicios del siglo XVI una de las preocupaciones de la Corona española frente al proceso de sometimiento de los indígenas, era la propensión de estos grupos a vivir de forma dispersa por el territorio y no en espacios claramente delimitados, donde de alguna manera se congregaran y fuera más fácil su control.
Para el caso específico de la Sabana de Bogotá, la investigación arqueológica y etnohistórica ha mostrado que los muiscas vivían en lo que se ha definido como patrón de poblamiento disperso pero con algunas centros nucleados (Boada, 2006), es decir que por un lado, habían grupos de bohíos conformando aglomeraciones que podrían corresponder a la presencia de edificaciones de diverso carácter como los aposentos de los señores principales (caciques o capitanes) y sus familias, del personal especializado y de servicio, templos, y espacios para almacenar comida y otros productos. Por otro lado, estarían los bohíos de las familias de agricultores, que vivían dispersos por el territorio junto a sus labranzas, como lo señala un documento anónimo de 1560:
“Cada yndio tiene su roza o sementera a la puerta de su morada y a esta causa están las poblazones algo apartadas unas de otras aunque las questan y biven en este valle de Bogota casi estan en forma de pueblo […]” (ver en Tovar, 1988: 75).
Pero la documentación colonial también nos señala que cada familia tenía más de un terreno cultivado, cada uno ubicado en distintas partes de la Sabana, de manera que pudieran obtener diferentes tipos de alimentos y de recursos según la altitud. El caso más señalado es el de las tierras que tenían los indígenas de la Sabana de Bogotá en Tena, lo que les permitía obtener productos como el algodón, que no se daba en la altiplanicie (ver por ejemplo en AGN, CACIQUES_INDIOS,55,D.18, fol. 713r y sigs.)
Esta forma de relación con el territorio representó un obstáculo a los propósitos peninsulares en varios sentidos: por un lado dificultaba el control sobre la tierra en el contexto de una mentalidad que requería de límites fijos, específicamente la propiedad privada sobre la tierra, traducida en posesión de estancias con un área claramente determinada. Esto no era posible si habían indígenas viviendo al interior de esas estancias bajo el argumento de que allí tenían parte de sus labranzas; por otro lado, dificultaba el control sobre los indígenas mismos, sobre sus cuerpos, sobre el uso de su tiempo, sobre el tipo de actividades que realizaban, tanto de orden social como religioso, en el marco de una política que buscaba a toda costa iniciar un proceso de aculturación, para imponer la lengua, la religión y las estructuras sociopolíticas peninsulares.
Por ello, desde fechas tan tempranas como 1503, se creó la primera legislación en la que se daban directrices sobre la forma como los grupos indígenas debían ahora habitar el espacio: en las “Instrucciones para el gobernador y oficiales de las Indias, para el buen gobierno dellas y de lo que en ellas se debe conservar”, dirigidas a Nicolás de Ovando, gobernador de La Española, se señalaba que:
“ […] es necesario que o los indios se reúnan en pueblos en que vivan juntamente, o que los unos no estén ni anden apartados de los otros por montes y que allí tengan cada uno de ellos su casa habitada con su mujer e hijos y heredades, en que labren e siembren y críen ganados; que en cada pueblo de los que hicieron haya iglesia y capellán que tenga cargo de los doctrinar y enseñar en nuestra santa fe católica […]” (Citado en Reina, 2008: 36-37).
Imagen 1. “Recreación del pueblo de indios de Gachantivá, en un día de mercado de mediados del siglo XVIII. Ilustración de Carlos Rojas Pérez y Diego Martínez Celis, 2021”. Tomado de: Martínez Celis: 2021: 42-43.
El propósito entonces fue transformar la manera en que los indígenas habitaban el territorio, homogenizándola en una única traza urbana, que luego se conoció con el nombre de “pueblos de indios”[1]. Para el caso de la Sabana de Bogotá, las primeras disposiciones al respecto fueron dadas en 1549 e implementadas por Tomás López, en 1559 (Reina, 2008; Quiroga, 2014). Para este momento ya se había impuesto la idea de que los grupos indígenas se debían congregar en un espacio geométrico, rígido, de manzanas cuadradas o rectangulares que formaban un trazo ortogonal o en damero. Un espacio además jerarquizado, cuyo eje era la plaza central, a partir de la cual se organizarían los espacios administrativos, de justicia, religiosos y los domésticos.
Sí imaginamos una pirámide vista desde arriba, la punta de la pirámide sería la plaza, alrededor de la cual se dispondrían la iglesia, como el edificio más importante (donde los indígenas serían adoctrinados), la casa cural, el cabildo, la cárcel y la casa del cacique y de los capitanes principales y en las cuadras que se desplegarían a su alrededor se irían ubicando las casas de los demás indígenas, organizados por barrios. Así se señaló en las Instrucciones dadas en 1559 en las que se dice que:
“[…] su yglesia en un canto de la plaça al oriente el altar de el grandor y tamaño que fuere el pueblo y algo mayor y a otro canto hagan la casa del cacique y señor en razonable grandor y a otro la casa de su cabildo y cárcel y a otro las de los más principales y tras esto por sus calles se pongan los demás solares y ponyendo los de una parentela y conocenças en un barrio [...]" (AGN, Caciques e Indios, 49, £ 766v, citado en Herrera, 1998: 101).
Imagen 2. Mapa del pueblo de Sopó. 1758. AGN, Mapas y planos, 459A.
De esta manera, se pretendía acabar de un plumazo con las formas de relación con el territorio que por miles de años habían mantenido los grupos humanos de América y en particular de la Sabana de Bogotá. En los años posteriores se multiplicaron las leyes, instrucciones u ordenanzas, emitidas por la Corona o por las autoridades locales de Santa Fe, orientadas a lograr que los indígenas se redujeran a vivir en el marco rígido del pueblo de indios. Y esta insistencia estaba asociada a que por décadas los indígenas se resistieron a aceptar una forma de habitar en un espacio que estaba restringido a un par de metros cuadrados, una casa al lado de la otra, y teniendo como principal referente visual a la cruz de la iglesia frente a una plaza polvorienta. Incluso, la adjudicación de resguardos, llevada a cabo entre 1592 y 1594, en la que nuevamente se les otorgó a los indígenas terrenos con límites fijos y definidos, pero esta vez para tener allí sus cultivos y sus animales, no fue razón suficiente para que los indígenas se decidieran a vivir de forma permanente en estos pueblos.
Imagen 3A. Plano: “El pueblo de los yndios de Fontibón de la Real Corona dado a los padres de la Compañía de Jesús en las Indias Ocidentales en el Nuevo Reyno de Granada”, 1612-1619. Fuente: Biblioteca Nacional de Francia.
Leyenda del plano
Parte superior:
Señal de la Cruz
El pueblo de los indios de Fontibón de la Real Corona dado a los padres de la Compañía de Jesús en las Indias Ocidentales en el Nuevo Reyno de Granada.
Parte inferior:
Cada una destas quadras son quatrocientos pies [111 m] por cada un lado [1], y estan repartidas a cada indio en esta manera a donde siembran y tienen tres bujios o casas, las redondas maiores tienen su diámetro de diez y ocho pies [5 m] y el alto es medio círculo [¿?], las menores y ordinarias de diez pies [2,78 m], las cuadradas las mayores de ancho tendrán 15 pies [4,17 m] y de largo 24 [6,7 m]. Las menores y ordinarias tendrán de ancho 12 pies [3,3 m] y de largo 18 [5 m], la del señor tiene un corredor con dos bujios o casas delante y en ancho y largo será doblado de las mayores y las más altas serán un estado o estado y medio y la del señor dos y todos duermen en el suelo encima de alguna paja y todo es pobreza muy grande.
Interior del mapa (marco de la plaza):
Iglesia; Plaza; Escuela, De los padres, Del Señor del Pueblo.
Imagen 3B. Detalle del área central del plano: “El pueblo de los yndios de Fontibón de la Real Corona dado a los padres de la Compañía de Jesús en las Indias Ocidentales en el Nuevo Reyno de Granada” 1612-1619. Fuente: Biblioteca Nacional de Francia.
Un elemento que caracterizó el emplazamiento de los pueblos de indios del área central de la Sabana, y sobre el cual queremos hacer énfasis, es que para tal fin las autoridades coloniales escogieron por lo general terrenos altamente anegables, en los valles de inundación de los ríos o junto a ciénagas y humedales. Las mejores tierras debían quedar en manos de los españoles y sus descendientes, así que siempre se buscó adjudicar, tanto los pueblos de indios como los resguardos, en las tierras que para los españoles tuvieran menor interés. En los años anteriores a la invasión española, las tierras inundables de la Sabana fueron transformadas por los indígenas a partir de la construcción de un sistema de canales para darle manejo a los excesos de agua, especialmente durante el invierno, y de plataformas en tierra elevadas donde cultivaban y probablemente habitaban, conocido como sistema de camellones (Rodríguez Gallo, 2019). Así que no había en toda la planicie ninguna tierra que se pudiera considerar improductiva o inútil. Pero, con la colonización, al perder el control sobre gran parte de la tierra, este sistema desapareció en gran medida, haciendo nuevamente las tierras inundables y difíciles de habitar y trabajar. Por ello se comenzaron a multiplicar las quejas sobre la dificultad de habitar pueblos de indios como Sisativa, Tibaguyas y Fontibón debido a que estaban expuestos a las inundaciones del río Bogotá, del San Francisco (Chinua [2]) o del Fucha.
Sin embargo al observar el mapa del pueblo de indios de Fontibón, elaborado entre 1612 y 1619 (Imagen 3), llama la atención que su traza, probablemente idealizada de lo que debería ser el pueblo de indios y no de lo que en realidad existía, ignoraba las condiciones ecológicas del emplazamiento de Fontibón en la convergencia entre los ríos San Francisco y Fucha por el suroriente, y del Bogotá por el occidente. Esto, sumado a que no se encontraba sobre una terraza sino sobre el propio valle de inundación del río Bogotá y que por esta misma razón estaba cercado de pantanos por el nororiente, constituyó sin duda un desafío para vivir de forma permanente allí (ver Imagen 4). Así lo expresó el propio cura doctrinero Joseph Hurtado, en 1639:
“[…] porque resulta empantanarse el pueblo y humedecerse la iglesia como se ha visto de que les proceden a los indios frialdades y enfermedades por la humedad de sus casas […]” (AGN, VISITAS-C.MARCA.SC.62,12,D.10, fol. 1003r).
Imagen 4. Reconstrucción de cuerpos de agua en torno al Plano del pueblo de indios de Fontibón, a partir de interpretación de las planchas 227-IV-B y 227-IV-D (IGAC, 1946) y de las aerofotografías del vuelo C-619 (IGAC, 1952). Se puede observar cómo el área original del pueblo estaba rodeada por ríos, humedales y lagunas.
Dibujo de Lorena Rodríguez Gallo sobre Vista de 2009 de Google Earth, 2024,
Lo que se observa en el plano de 1612-1619 es un trazado ortogonal de 143 manzanas, cada una formando un cuadrado perfecto que solo se encuentra alterado por el Camino Real o Camellón de Occidente, que sin embargo pasa por encima de las manzanas sin que la linealidad de estas hubiera sido capaz de amoldarse a las sinuosidades del camino. Pero además del Camellón de Occidente, no hay un solo elemento natural que estuviera integrado al pueblo, pese a estar cercado por el agua. Sin embargo sabemos por la propia declaración del padre Hurtado que la memoria sobre las formas antiguas de manejo del agua entre los indígenas no había desaparecido y se había adaptado a las nuevas formas de construcción del espacio impuestas por los españoles.
Según su declaración había corrientes de agua que de manera natural desaguaban en el sector del pueblo de Fontibón, provenientes de Engativá y de Suba. Deducimos que se debía tratar de valles erosivos que debían nacer en la propia planicie hacia el sector nororiental, de los cuales el humedal Jaboque y el humedal Capellanía serían actuales relictos sobrevivientes. Con el fin de darle manejo a estas aguas los indígenas del pueblo de Fontibón construyeron zanjas:
“para división de sus solares y labranzas como para recibir las aguas que vierten de Yngativá y de hacia Suba que todas vienen aquí”. (Ibid).
El sistema de zanjas direccionaría el agua hacia el río San Francisco donde desaguaría (ver Imagen 5).
Imagen 5. Detalle del Plano del pueblo de indios de Fontibón sobre la base cartográfica de Google Earth. En azul aguamarina fueron dibujadas parte de las zanjas que debieron existir en Fontibón para ayudar a drenar los excesos de agua.
Dibujo de Lorena Rodríguez Gallo sobre Vista de 2009 de Google Earth, 2024,
Esta declaración es muy importante porque quiere decir que el pueblo de Fontibón existente en 1639 no tenía calles en tierra (no todas por lo menos) dividiendo las manzanas como uno se podría imaginar, sino canales que, en consecuencia, debían servir tanto para darle manejo al exceso de agua y evitar las inundaciones de sus casas como de medio de transporte al interior del pueblo (ver imágenes 5 y 6). En este sentido podríamos imaginar un pueblo palafítico en el que varios de sus transectos se hacían en balsa y no a pie. Esta idea se reafirma cuando el padre Hurtado, señalaba que el gran problema del pueblo de Fontibón era que los indígenas no hacían el mantenimiento necesario a estas zanjas, “alumbrándolas”, es decir, limpiándolas del sedimento que en cada invierno se debía acumular, de lo cual venía la inundación del pueblo:
“[…] con que no alumbrando las sanjas se inunda el pueblo y se enpantana muchas veces que los yndios se descuidan en limpiarlas y alumbrar las que desaguan en el río que baja de San Francisco […]” (Ibid);
señala además, que
“[…] aunque antiguamente avia una zanja fuera del pueblo que rescebía las aguas que vertían de Yngativá y Suba se ha cegado y no corre por ella el agua sino por las zanjas que están dentro del pueblo […]” (Ibid).
A partir de la interpretación de fotografías aéreas tomadas en 1952 por el IGAC y de la imagen satelital de Google Earth, proponemos que esta zanja principal en las afueras de Fontibón debía ubicarse en su extremo superior (hoy kra. 96c y kra. 96g aprox.) como se muestra en la imagen 5, donde también se puede observar la propuesta de trazado de por lo menos dos zanjas más (en las actuales kra. 98 y kra. 100). El carácter irregular de las manzanas que actualmente se encuentran dentro de los límites de lo que debió ser, por lo menos en el papel, el pueblo de indios de Fontibón, con calles que incluso describen notables curvas o desvíos, nos muestra que, como era de esperarse, las casas y solares no terminaron siguiendo en su trazado la estricta división ortogonal sino las características del paisaje, que en un terreno llano como este, estaban más asociadas a seguir las curvas obligadas que el agua iba describiendo.
Imagen 6. Sobreposición de la división de casas y solares alrededor de la plaza del pueblo de indios de Fontibón sobre la actual división de manzanas. Se puede evidenciar que la iglesia es la única estructura que se mantiene en su lugar original.
Dibujo de Lorena Rodríguez Gallo sobre Vista de 2009 de Google Earth, 2024,
Pero, probablemente, el dividir solares a través de la construcción de zanjas no se dio solo en Fontibón, teniendo en cuenta que la mayoría de estos pueblos estaban expuestos a las inundaciones como se mencionó al inicio. Aunque en la documentación colonial no abundan este tipo de informaciones, podemos remitirnos a la pintura de las “Tierras, pantanos y anegadizos del pueblo de Bogotá” de 1614 (ver imagen 7). En el sector central del mapa se puede observar el valle del río Bogotá desbordado por su margen occidental donde son visibles las terrazas en tierra elevadas, correspondientes a los vestigios de los antiguos camellones indígenas. El pueblo de indios de Bogotá (actual Funza) se fundó en medio de los brazos del humedal El Gualí.
Lejos de una pretendida ortogonalidad, la pintura muestra una aglomeración de casas que parecieran ubicarse en el centro de una traza en forma de red de telaraña, que va ampliándose hasta cubrir todo el espacio en medio de los brazos de El Gualí. A su vez el pueblo está rodeado por una zanja, paralela al brazo sur del humedal, que el oidor Diego Gómez de Mena mandó construir en 1600 como barrera para impedir que el ganado ingresara al pueblo y destruyera los cultivos. Consideramos que esa red de telaraña en realidad debía corresponder a una red de canales para el manejo del agua, debido al carácter inundable de este sector, como se evidencia en múltiples referencias en la documentación colonial, entre las que se encuentra una de 1594, en la que se señala que en las afueras del pueblo de Bogotá habían casas pese a que eran “tierras bajas y empantanarse en tiempo de aguas”(AGI, SANTA_FE,168,N.59, fol. 7). Además, esa misma traza se repite en la parte inferior del pueblo donde se encontraban los cultivos, junto al valle de inundación del río Bogotá, por lo que también corresponderían a zanjas para el manejo del agua.
Imagen 7. Detalle de “Pintura de las tierras, pantanos y anegadizos del pueblo de Bogotá”, 1614, y detalle del sector derecho donde se localiza el pueblo de indios de Bogotá y sus cultivos circundantes.
Fuente: AGI, MP-PANAMA,336.
Así, podemos concluir que tanto el mapa de Bogotá de 1614 como el mapa de Fontibón de 1612-1619, claramente contemporáneos, constituyen dos formas de representar el territorio, el primero más orgánico, donde el agua se muestra como una presencia permanente, a través de los brazos de El Gualí, que abrazan al pueblo, una zanja perimetral adicional para evitar el ingreso de los ganados y en su interior la red de canales tejiendo las calles del pueblo; el segundo, de formas angulares que evidencia la clara negación por parte de los españoles de lo que el territorio era, forzando sus formas para convertirlas en cuadritos de a 100 m x 100 m cada una donde ahora los indígenas debían vivir, ignorando el trazado que el agua hacía en sus recorridos por lo que en realidad era el valle de inundación de los ríos Chinua (San Francisco), Fucha y Bogotá, ignorando además, la red de canales que lo atravesaban y circundaban y que debían corresponder, no solo a la memoria de las antiguas formas de manejo del agua sino también a la reactivación de zanjas antiguas, cuyos vestigios sin duda aún debían ser perceptibles en el lugar.
Imagen 8. Contraste entre representaciones de la traza urbana de los pueblos de indios de Fontibón (izq.) y Bogotá (hoy Funza) (der.) a comienzos del siglo XVII. Izquierda: Detalle del área central del plano: “El pueblo de los yndios de Fontibón de la Real Corona dado a los padres de la Compañía de Jesús en las Indias Ocidentales en el Nuevo Reyno de Granada” 1612-1619. Fuente: Biblioteca Nacional de Francia.. Derecha: Detalle de “Pintura de las tierras, pantanos y anegadizos del pueblo de Bogotá”, 1614, y detalle del sector derecho donde se localiza el pueblo de indios de Bogotá y sus cultivos circundantes. Fuente: AGI, MP-PANAMA,336.
Notas
[1] Es importante tener en cuenta que los Pueblos de Indios son diferentes y anteriores a los Resguardos. En los pueblos debían tener su casa, para vivir de forma permanente con su familia, mientras que las tierras de resguardo eran para ser cultivadas, tener sus animales y obtener otro tipo de recursos como leña o fibras vegetales.
[2] En investigaciones que se encuentran en curso se ha podido establecer que Chinua era el nombre que le daban los indígenas al actual río San Francisco, por lo menos en el sector de la desembocadura con el río Fucha.
Bibliografía
Archivo General de la Nación. Fondo Caciques e Indios. Bogotá.
Archivo General de Indias. Fondo Santa Fe. Sevilla.
Boada, Ana María.2006: Patrones de asentamiento regional y sistemas de agricultura intensiva en Cota y Suba, Sabana de Bogotá (Colombia). Bogotá, Fondo de Investigaciones Arqueológicas Nacionales-Banco de la República.
Herrera Ángel, Marta. 1998. “Ordenamiento espacial de los pueblos de indios: dominación y resistencia en la sociedad colonial”. Fronteras de la historia, 2: 93 – 128.
Quiroga, Marcela. 2014. “El proceso de reducciones entre los pueblos muiscas de santa fe durante los siglos 16 y 17”. Historia Crítica, No. 52. P. 179 -203
Martinez Celis, Diego. 2021. Gachantivá. Historia, Memoria y Patrimonio Cultural. Alcaldía Municipal de Gachantivá.
Quiroga, Marcela. “El proceso de reducciones entre los pueblos muiscas de Santafé durante los siglos XVI y XVII”. Historia crítica 52 (2014): 179-203.
Reina Mendoza, Sandra. 2008. Traza urbana y arquitectura en los pueblos de indios del altiplano cundiboyacense. Siglo XVI a XVIII. El caso de Bojacá, Sutatausa, Tausa y Cucaita. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.
Rodríguez Gallo, Lorena. “La construcción del paisaje agrícola prehispánico en los Andes colombianos: el caso de la Sabana de Bogotá”. Spal 28.1 (2019): 193-215.
Tovar, Hermes. 1988. No hay caciques ni señores. Relaciones y visitas a los naturales de America, Siglo XVI. Bogotá: Sendai.
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