Entre el río Bogotá y el humedal El Gualí, en inmediaciones del sitio conocido tradicionalmente como “El Cerrito”, se encuentra un sitio arqueológico excepcional y poco conocido, conformado por un conjunto de nichos piramidales invertidos y un canal, cavados en el suelo, además de huellas de poste y numerosas tumbas indígenas, que parecen corresponder con un antiguo sitio dedicado a rituales relacionados con el agua. En este artículo se presenta una breve reseña de las investigaciones inéditas realizadas por Sylvia de Gutiérrez y Lieselotte de García en 1985, y se aportan algunas reflexiones nuevas para su interpretación, como un ejercicio de rescate de la historiografía, el patrimonio arqueológico y, en últimas, de la memoria de la Sabana de Bogotá.
En el costado norte de la vía Bogotá -Mosquera (calle 13 o antiguo Camellón de Occidente), una vez se pasa el puente Grande de Fontibón, se encuentra, en inmediaciones de la Hacienda La Ramada, un sitio arqueológico que podríamos definir como excepcional, aunque su lacónico nombre oficial no haga justicia a lo hallado: Funza III.
Fig.1. Localización del sitio arqueológico Funza III (La Ramada). Dibujo: Diego Martínez Celis, 2023
El hallazgo, investigado por Sylvia de Gutiérrez, Lieselotte de García y otros (1985), se produjo de manera casual cuando en los terrenos aledaños a la casa principal de la hacienda se adelantaban trabajos de excavación de zanjas de desagüe para pozos sépticos; entonces salieron a la luz restos óseos y cerámicos que resultaron pertenecer a sepulturas antiguas. A partir de ese momento se iniciaron las labores de rescate arqueológico que derivaron en la identificación de 10 tumbas individuales, 5 huellas de poste y una estructura cavada en la tierra, única hasta ese momento en los registros arqueológicos de la Sabana de Bogotá. Se trata de un canal orientado de sur a norte, cuya área excavada alcanzó los 24 m de largo (que claramente debió ser más extenso, pero el área de excavación no se amplió) por 1 m de ancho en promedio y una profundidad de 90 cm, con paredes inclinadas 45º hacia dentro. A lo largo de su banda oriental se identificaron 26 huellas triangulares que al ser excavadas dejaron ver su forma volumétrica de pirámide invertida. Estaban dispuestos con tendencia decreciente, de sur a norte, de manera equidistante y con alternancia de la orientación de sus vértices (ver figs. 2 y 3). El tamaño de los rasgos triangulares variaban desde un mínimo de 45cm x 50cm x 55 cm y 25 cm de profundidad hasta un máximo de 1,40 m x 1,40 m x 1,60 m y 95 cm de profundidad.
Fig. 2. Planta del área de excavación. Levantamiento: de Gutiérrez y de García, 1985
Fig. 3. Planta del área de excavación del sitio Funza III. Adaptación de Diego Martínez Celis (2023) con base en levantamiento y fotos de: de Gutiérrez y de García (1985).
El conjunto de triángulos, canal y huellas de postes se encontró a 50 cm de profundidad sobre una capa de arcilla con evidencia de apisonamiento de la superficie. Las tumbas parecen ser posteriores a la época de uso del conjunto, ya que algunas de ellas se sobreponen a los rasgos, en algunos casos alterándolos parcialmente. Además, en la tumba 4 se halló un ajuar funerario con una vasija subglobular del Muisca tardío (Guatavita Desgrasante Gris). Tanto en el canal como en los rasgos triangulares se encontraron restos líticos, óseos y cerámicos (11.661 fragmentos de los periodos Herrera, Muisca temprano, Muisca tardío y algunos modernos). También llama la atención la identificación de semillas de borrachero en el canal y en algunos de los rasgos triangulares.
Es muy probable, como proponen las autoras que, en la época en que se elaboraron y usaron, tanto el canal como los nichos triangulares permanecieran con agua, de manera que a la vista se observarían espejos de agua triangulares en una sucesión que iría disminuyendo de tamaño, o aumentando según la perspectiva, acompañados del espejo de agua lineal del canal que corría paralelo. Es importante tener en cuenta que estas estructuras fueron elaboradas en el estrato de arcilla de manera que su impermeabilidad garantizaría la retención del líquido.
Fig. 4. Izq. Vista de la excavación y los rasgos arqueológicos principales (canal y nichos triangulares). Foto: de Gutiérrez y de García (1985). Der. Recreación del conjunto con espejos de agua, suelo de arcilla apisonado y al fondo el humedal Gualí. Fotomontaje: Diego Martínez Celis, 2023.
A partir de fuentes etnohistóricas, las investigadoras interpretaron que se debió tratar de un sitio sagrado donde “se veneraba la diosa Bachué, la mujer serpiente, que a su vez era la diosa Chía, la luna”. Esta interpretación se basa en el hecho de que la sucesión de los triángulos se podría interpretar como el cuerpo de una serpiente. Una versión esquemática de la sucesión de triángulos vista desde arriba podría efectivamente sugerir una figura serpentiforme. (Fig. 5).
Fig. 5. Diseño general del conjunto de nichos triangulares de Funza III (La Ramada). Diego Martínez Celis, 2023.
Al revisar otras manifestaciones gráficas prehispánicas del Altiplano Cundiboyacense, en objetos de orfebrería, cerámica, tejidos o arte rupestre, encontramos una intencionalidad similar, en términos de plasmar una sucesión de triángulos opuestos o zig-zags, como se observa en la fig. 6.
Fig. 6. Diversas piezas arqueológicas del área muisca que presentan un patrón de diseño basado en una franja de triángulos opuestos o zig-zag. 1) Detalle de la nariguera del personaje central de la Balsa Muisca (Museo del Oro). 2) Detalle de tejido (Museo del Oro). 3) Detalle del calado de una nariguera (Museo del Oro). 4) Detalle de pintura rupestre de Zipacón (Diego Martínez Celis, 2018). 5) Detalle de pectoral (Museo del Oro). 6) Detalle del exterior de una copa ( MUSA). Transcripción de los diseños: Diego Martínez Celis, 2023.
De acuerdo con investigaciones etnográficas que han abordado la gráfica de algunos grupos indígenas contemporáneos de Colombia, el patrón de diseño de franja de triángulos opuestos o de zig-zag se suele relacionar con la serpiente. Por ejemplo, los emberá del Chocó, que lo denominan damapá (pintura de culebra), lo aplican a la pintura facial y corporal para sus fiestas (Ulloa, 1992); mientras que para los tukano del Vaupés representa serpientes (Reichel-Dolmatoff, 1978). (Fig. 7).
Fig. 7. Patrón de diseño de franja de triángulos opuestos o zig-zag . 1) Arriba: Pintura corporal emberá denominada damapá (pintura de culebra), usada por las mujeres en sus fiestas; Abajo: culebra, dibujo realizado por un niño emberá. (Ulloa, 1992). 2) Pintura tukano: “El diseño muestra una escena que Biá afirma haber visto, tras cuatro tazas de yajé. Su descripción es la siguiente: Las líneas [horizontales] azules con proyecciones angulares representan tambores de tronco. Las dos líneas dentadas que flanquean el eje central –una roja/azul y la otra roja/azul/amarilla– se ven bajo la influencia de cierto tipo de yajé y representan serpientes. Los pequeños círculos azules [a la izquierda] representan a la Hija del Dueño de los Animales, en su encarnación como rana arbórea nocturna, que canta "Éo-éoéo". (Reichel-Dolmatoff, 1978).
Sabemos que es arriesgado aventurar interpretaciones sobre la razones por las cuales el conjunto de La Ramada fue construido, para qué estaba destinado o qué significaba, pero su análisis lleva a plantear la posibilidad de que efectivamente se trate de un lugar donde se llevaban a cabo rituales religiosos asociados con el agua, probablemente la representación de un territorio específico. Proponemos que las estructuras triangulares debían estar llenas de agua y que allí se pudieron haber depositado ofrendas, como reproduciendo el gesto ritual que se llevaba a cabo en las lagunas. Al interior de estos nichos fue encontrado abundante material arqueológico pero no hay claridad sobre si se trató de un depósito intencional o del resultado de los disturbios posteriores del subsuelo. Por ejemplo, se encontraron fragmentos cerámicos de todos los periodos prehispánicos.
El canal pudo cumplir un papel similar al de los triángulos, pero dado que sólo tenemos un fragmento del mismo no podemos establecer si el agua fluía permanentemente por él ni en qué dirección. Sin embargo, no deja de ser sugestiva la cercanía del canal con el humedal El Gualí. Apenas 150 metros los separan, así que es muy probable que el canal estuviera directamente conectado con el humedal (ver fig. 9). La presencia de restos de borrachero en el canal, así como en el triángulo 13, reforzaría la interpretación de este lugar como un espacio ritual.
“Lo cual así determinado por el demonio, y obedecido por ellos, [los indios] hacían estas ofrendas no en cualesquiera aguas, sino en aquellas que parecía había alguna particular razón por ser extraordinario su sitio, asiento ó disposición […] en lagunas de sitio y puestos peregrinos […]”.Fray Pedro Simón, 1646.
La posibilidad de que este conjunto arqueológico corresponda a un espacio ritual de carácter sagrado, se podría reforzar con el hecho de que el sitio hace parte del sector conocido tradicionalmente como “El Cerrito” o “El cerrillo del Santuario” (figs. 8 y 9), en el cual se tiene noticia, al menos desde mediados del siglo XIX, del hallazgo de numerosas tumbas y diversos objetos arqueológicos. Al respecto Joaquín Acosta (1848) comenta:
“[…] se ven todavía túmulos é montones de tierra que servían de cementerios comunes, y de donde se sacan huesos humanos, algunas joyuelas de oro y cornamentas de venados que prueban que los indios se sepultaban también con sus trofeos de cacería ó por ventura con venados muertos como provisiones de viaje […] Los más considerables que se conocen son los del cerrillo del Santuario, cerca del puente Grande, á cuatro leguas al occidente de Bogotá, y los cerrillos de Cáqueza, de donde una vez se extrajeron hasta veinticuatro mil ducados en oro”. (Acosta, 1848).
Fig. 8. Detalle de un mapa de finales del siglo XIX titulado “Bogotá and its environs”, en que se localiza, a la vera del Camellón de Occidente (que unía Bogotá con Facatativá), un sitio denominado “Santuario” (resaltado nuestro), que coincide con el que actualmente se conoce como “El Cerrito”. Elisée Reclus,1885.
Actualmente el sitio se observa tan plano como el resto de su entorno sabanero, y no es posible reconocer allí ninguna prominencia del terreno que explique su nombre. Al respecto existen diversas versiones. Una de ellas refiere que en el siglo XIX, durante las guerras civiles, sucedió una famosa batalla que habría dejado tantos muertos que se formó un “cerro” de cadáveres. Sin embargo, esto no corresponde con la realidad, y es más probable que los restos óseos advertidos provengan de las numerosas tumbas prehispánicas que han venido saliendo a la luz en la zona incluso hasta comienzos del siglo XXI (Broadbent,1968; Bernal, 1990; Romano, 2003, Boada, 2006). Miguel Triana (1922) acota que, aunque el nombre de “cerrito” es poco comprensible, podría explicarse porque este sector se encuentra algo más alto que su entorno inmediato, el cual denomina “El peralto de Funza”. Esto se confirmaría con versiones de la memoria local que narran que, a lo largo del siglo XX, se presentaron fuertes inundaciones, desde el río Bogotá hasta Mosquera, en las que el único sector que se mantuvo seco fue el de El Cerrito; además, el nombre de “La Ramada” se debería a que en el sitio existió una empalizada para guardar ganado, aprovechando que era el único lugar en los alrededores que no se anegaba (Leonardo Álvarez, comunicación personal). Otra hipótesis que se podría plantear es que en el sitio hubiera existido un terraplén o túmulo artificial prehispánico de carácter funerario, tal y como lo refiere Acosta (1848), pero que debido a la constante guaquería finalmente habría sido destruido.
Fig. 9. Zona de El Cerrito, cuerpos de agua y sitios arqueológicos relacionados. Dibujo: Diego Martínez Celis, 2023
La idea de que en el sector de “El Cerrito”, en efecto haya existido un “santuario” indígena, se podría reafirmar con la advertencia del dibujo de una cruz en un mapa de 1614 (AGI, MP-PANAMA,336.), que estaría localizada coincidiendo con el entorno del sitio arqueológico de la Ramada (ver fig. 10). Este detalle en el mapa no sería gratuito, y la presencia de una cruz en el territorio parecería responder, de manera explícita, a los mandatos de la Iglesia católica, y en específico a los dictámenes de la primera Constitución Sinodal de Santafé de 1556, donde se ordena:
“[…] que todos los santuarios que hubiere hechos en todos los pueblos donde ya hay algunos indios cristianos y lumbre de fe sean quemados y destruidos –sin hacer daño a sus personas y haciendas– y sean purgados aquellos lugares conforme a derecho, y así mismo todos los ídolos que se hallaren. Y si fuere lugar decente, se haga allí alguna iglesia, o al menos se ponga una cruz en señal de cristiandad.” (Fray Juan de los Barrios, 1556; en Cobo y Cobo, 2018).
Fig. 2. Detalle de “Pintura de las tierras, pantanos y anegadizos del pueblo de Bogotá”. 1614 Modificado de AGI, MP-PANAMA,336. Se resalta una cruz que parecería coincidir con la localización del “Cerrito del Santuario” y del sitio arqueológico de La Ramada.
La estructura arqueológica de La Ramada no sería la única con estas características que se ha encontrado en la Sabana de Bogotá. A 7 km al occidente, en Madrid (Cundinamarca), en el propio corazón de lo que fue el pueblo de indios de Serrezuela, a dos cuadras del parque principal y en límites de donde se encontraba el centro del cacicazgo de Bogotá en momentos previos a la invasión española, los arqueólogos José Vicente Rodríguez y Arturo Cifuentes (2005) encontraron en 2003 lo que consideraron un “montículo” funerario (sitio Madrid 2-41), donde se identificaron 11 entierros, junto a una estructura en tierra, conformada por un canal central de más de 30 m de largo y dos hileras de nichos a lado y lado, al oeste 19 nichos en forma de pirámide invertida trunca y al oriente 13 en forma cónica, de manera que en vista de planta (fig. 11) se observaban, por un lado hileras cuadradas, y por el otro lado hileras circulares. Tres sepulturas adicionales se encontraron en medio de estos nichos, sobreponiéndose a la estructura. El conjunto arqueológico se habría construido en el periodo Herrera, aunque se encontraron restos de cerámica y de hueso correspondientes a los periodos Muisca y Colonial, lo que sugeriría un uso del espacio de largo aliento.
Al igual que sucede con la estructura de La Ramada, podemos imaginar estos nichos y el canal central cubiertos de agua la mayor parte del año, debido al alto nivel freático del suelo de la Sabana de Bogotá y a su cercanía con el río Subachoque o Serrezuela (a 600 m de distancia), por lo cual, lo observable sería un conjunto en miniatura de espejos de agua, tal vez la representación de las lagunas del territorio, donde los grupos de los períodos Herrera y Muisca debieron depositar sus ofrendas. Pero a diferencia del sitio de La Ramada, donde la forma serpenteante de la disposición de los nichos es bastante sugerente, aquí no es tan fácil establecer el porqué de la organización formal del conjunto, pues no sabemos si tanto el canal como los nichos se prolongaban en el espacio y si tenían la intencionalidad de formar una figura en particular o la representación de algún elemento específico.
Fig. 11. Planta de la Unidad 1 del sitio Madrid 2-41. Levantamiento: Rodríguez y Cifuentes, 2005.
Fig. 12. Vista de la excavación y los rasgos arqueológicos principales (canal y nichos) en el sitio Madrid 2-41. Foto: Rodríguez y Cifuentes, 2005.
Fig. 13. Localización de los sitios arqueológicos Funza III y Madrid 2-41, mostrando la relación entre ambos y su cercanía con cuerpos de agua: Río Bogotá y humedal El Gualí por un lado, y río Subachoque y laguna de La Herrera por el otro. Dibujo: Diego Martínez Celis, 2023.
La semejanza entre Funza III y Madrid 2-41 es evidente. Ambos sitios comparten suficientes elementos como para considerarlos resultado de una misma tradición cultural: montículos artificiales (¿“cerritos”?); canales; nichos excavados en la tierra con formas geométricas básicas (triángulos, cuadrados y círculos) y volumetría piramidal o cónica alineados con tendencia norte-sur; huellas de postes, tumbas y otros rasgos excavados superpuestos; restos óseos humanos y animales y fragmentos cerámicos y líticos de diversos periodos; se encuentran en cercanía a cuerpos de agua y quizás se conectaban a estos por medio de los canales; y su localización parece corresponder con los límites del cacicazgo de Bogotá. Las investigaciones de estos sitios fueron resultado de hallazgos fortuitos y, a juzgar por algunos rasgos incompletos, se puede afirmar que sus excavaciones se limitaron a tan solo un fragmento de lo que pudieron ser antiguos espacios rituales con un área mucho más grande y compleja.
Ni en crónicas ni en documentos coloniales se han encontrado noticias sobre este tipo de sitios; su hallazgo fortuito se debió a su relación con tumbas indígenas que fueron saliendo a la luz, quizás desde el siglo XIX, debido a labores agrícolas, guaquería o trabajos de infraestructura. A pesar de que el sector de El Cerrito cuenta con varias investigaciones arqueológicas, las metodologías de prospección y reconocimiento regional sistemático, enfocados principalmente en la identificación de cerámica a partir de pequeños pozos de sondeos, no permiten advertir este tipo de sitios, solo posibles de identificar y registrar a través de la técnica de décapage o excavación siguiendo las capas horizontales en amplias áreas de terreno.
Conjuntos de series alineadas de nichos excavados de volumetría piramidal invertida o cónica y canales son eventos arqueológicos excepcionales que no cuentan con antecedentes en la región, ni quizás en el mundo. Debido a la limitación de sus áreas de excavación y del alcance de sus estudios, las investigaciones de estos sitios dejan más preguntas que respuestas. ¿Quién y para qué se realizaron (grupos Herrera o muiscas o se trata de eventos de larga duración)?; ¿qué función cumplían (sitios sagrados, rituales, de carácter adivinatorio, de observación astronómica)?; ¿por qué se abandonaron?; ¿los grupos que dejaron postes, tumbas, y otros rasgos arqueológicos superpuestos, seguían conservando la memoria y significación del lugar que le dieron sus antecesores?, etc.
La relación de estos sitios con el agua parece ineludible. La función de los nichos y sus canales adyacentes como contenedores y transportadores de líquido vital los vincularían con cuerpos hídricos adyacentes como el río Bogotá, el humedal Gualí, el río Subachoque (o Serrezuela), la laguna de La Herrera y otros que debieron abundar en tiempos prehispánicos; lo anterior cobra mayor relevancia si tenemos en cuenta que la Sabana de Bogotá permanecía inundada buena parte del año; por lo que quizás estos sitios, emplazados en zonas un poco más altas o “cerritos”, permanecían secos y por ello se aprovecharían como espacios rituales, de enterramiento o habitación. El posible simbolismo implícito en el diseño serpentiforme del conjunto de La Ramada y su naturaleza acuática, también se podría vincular con el mito de Bachué, la diosa madre originadora de los grupos muiscas:
“[...] no había arroyo, laguna ni río en que no tuviesen particulares ofrecimientos [a Bachué], como en especial los hacían en una parte del río que llaman de Bosa, que es el que recoge las aguas de este valle de Bogotá, donde son más ordinarias sus pesquerías, y más en cierta parte peñascosa por donde pasa cerca de un cerro que llaman del Tabaco, á donde por ser mayor la pesca que hacen, ofrecían entre las peñas del río pedazos de oro, cuentas y otras cosas, para tener mejor suerte en las pesquerías [...]. Al fin en todas partes que hubiese aguas con algún extraordinario asiento ó disposición, no daba sin ofrecimiento de unos ó de otros.” (Simón, 1626).
En la tradición oral de la Sabana se puede aún rastrear la noción de que los cuerpos de agua, y en especial los “nacimientos” o “manas”, son resguardados y deben su permanencia a una serpiente que los protege, que se conocen como “madres del agua” (Carrillo, 2012).
“[A las serpientes madres de agua] está prohibido matarlas porque se secan los nacimientos y lagunas, pero son incontables las historias que repiten de estas muertes. También el que las Madres le huyen a los lugares donde hayan discordias o conflictos muy fuertes, principalmente por el agua que ellas otorgan. El agua es control social por parte de los antepasados, y la sequía es su respuesta tanto al ataque de humanos, como a los excesos de la comunidad (odio, envidia, rencor), lo que en otras comunidades andinas de Colombia se denomina cálido. El mundo encantado muere o migra, secándose las fuentes”. (Carrillo, 2012).
“En el nacimiento que había al lado de mi casa, ahí aparecían luces. Nosotros íbamos mucho al pozo a ver si se nos aparecía “La luz”, pero íbamos de día. En el pozo vimos una culebra verde clarita, esmeralda, como de unos quince centímetros, muy bonita, la llamaban “madre del agua”. Una vez fuimos con mi hermano dizque a matarla. Eso uno de niño que de curioso se metía con cosas peligrosas sin darle miedo. ¡Hoy en día qué! Y de suerte que mi mamá nos vio de lejos tratando de bajarnos al pozo con palos y nos gritó: “¡¿Qué es lo que están haciendo?!” y nosotros le dijimos que íbamos a matar la culebra, y mamá se asustó toda... “¡No! ¿Cómo van a matarla? ¡No ve que si la matan se nos acaba el agua!” (Teodomiro Rivas, de Tenjo, en Carrillo, 2012).
Fig. 14. Dos tipos de serpiente de la Sabana de Bogotá. Izq. Serpiente sabanera (Atractus crassicaudatus). Foto: Andrew J. Crawford. Wikimedia Commons. Der. Culebra de pantano (Liophis epinephelus bimaculatus), Foto: Álvaro Velásquez, Wikimedia Commons.
Funza III es un sitio arqueológico excepcional, intrigante y prácticamente desconocido. Los resultados de su investigación no han sido publicados y de estos se tiene noticia por un manuscrito que reposa en la Biblioteca Luis Ángel Arango en Bogotá. Consideramos pertinente realizar esta reseña, sumar algunos elementos a su interpretación y compararlo con el hallazgo de Madrid 2-41, como un ejercicio de rescate de la historiografía, el patrimonio arqueológico y, en últimas, la memoria de la Sabana de Bogotá. Esta región, debido al vertiginoso avance de las fronteras urbanas, obras de infraestructura y explotación minera, está siendo objeto de innumerables rescates y programas de arqueología preventiva cuyos resultados se siguen acumulando en los repositorios institucionales y empresariales, de difícil acceso, y sin que muchas veces las comunidades locales o el público general las llegue a conocer. Esperamos que este artículo incite a seguir revisando cientos de investigaciones que permanecen inéditas, y que al igual que los hallazgos que describen y sus respectivos análisis, están a la espera de ser divulgadas como aporte a la apropiación social del patrimonio arqueológico de la región.
Nota: El sitio arqueológico Funza III en la Ramada fue excavado parcialmente en 1985 y volvió a ser enterrado, algunos de sus rasgos (nichos triangulares y tumbas) se dejaron sin excavar. No se tienen noticias de si el terreno ha vuelto a ser intervenido. El predio en que se encuentra es de carácter privado.
Bibliografía
Acosta, Joaquín. 1848. Compendio histórico del descubrimiento y colonización de la Nueva Granada en el siglo décimo sexto.Imprenta de Beau, París.
Bernal, Fernando. 1990. “Investigaciones arqueológicas en el antiguo cacicazgo de Bogotá (Funza-Cundinamarca)”. Boletín de Arqueología, Bogotá: Banco de la República, v. 5, n. 3, p. 31-46.
Boada, Ana María. 2006. Patrones de asentamiento regional y sistemas de agricultura intensiva en Cota y Suba, Sabana de Bogotá (Colombia). Bogotá: FIAN-Banco de la República.
Broadbent, Sylvia. 1968. “A prehistoric field system in Chibcha territory, Colombia”. In: Ñawpa Pacha. Journal of Andean Archaeology, Institute of Andean Studies, p. 135-147.
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de Gutiérrez, Sylvia y de García, Lieselotte (y otros). 1985. Informe final de arqueología de rescate Funza III. m.s. Bogotá.
de los Barrios, fray Juan. 1556. “Constituciones Sinodales hechas en esta ciudad de Santafé por el señor don Fray Juan de los Barrios, primer arzobispo de este Nuevo Reino de Granada que las acabó de promulgar a 3 de junio de 1556 años. Capítulo 4. Que los curas y sus tenientes declaren el Evangelio a sus feligreses todos los domingos del año. [F. 4v]. En: Cobo, Juan Fernando y Cobo Natalie (editores). La legislación de la arquidiócesis de Santafé en el periodo colonial. ICANH, 2018.
Reichel Dolmatoff, Gerardo. 1978. Beyond the Milky Way: Hallucinatory Imagery of the Tukano Indians. UCLA, Latin American Studies, Vol. 42.
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Triana, Miguel. 1972 [1924]. El jeroglífico Chibcha. Carvajal & Compañía, Cali.
Ulloa, Astrid. 1992. Kipará. Dibujo y pintura, dos formas embera de representar el mundo. Centro Editorial, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá.
Hola, me gustaría visitar el lugar para hacer un registro paisajístico. Me harían el favor de indicarme cuál es el predio privado exacto donde se encuentra el hallazgo arqueológico? O si de pronto tienen algún registro fotográfico. Muchas gracias, excelente artículo.
Muy buen trabajo de rescate de investigaciones anteriores, que se tejen en este articulo con las formas geométricas básicas y el agua en el occidente de Bogotá. Me llama la atención el qué tal vez sea únicas en el Mundo.
Dos artículos he leído... ambos muy interesantes y que dejan ver la necesidad de una revisión amplia de fuentes.