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Memoria silenciosa de los antiguos pescadores y balseros de la Sabana de Bogotá

  • Foto del escritor: Lorena Rodríguez Gallo
    Lorena Rodríguez Gallo
  • hace 3 días
  • 35 Min. de lectura

Actualizado: hace 2 días

Los muiscas y sus ancestros, y luego la población campesina, habitaron un territorio inundable, en el que ríos y canales constituían los caminos por donde se movilizaban, transportando gentes, mercancías, ideas y noticias, pero también desarrollando la actividad de la pesca. Sobre esta, poco se ha identificado en el registro arqueológico y muy poco dejaron consignado los españoles del tiempo de la colonización. Este artículo es el resultado del escudriñar en documentos y profundas memorias de siglos atrás pero también de hace apenas unas décadas, para rescatar del olvido las prácticas anfibias de los pescadores y balseros de la Sabana de Bogotá y para contribuir a la mitigación de la inminente extinción de nuestras especies fluviales: el pez capitán, el capitanejo, la guapucha y el cangrejo de agua dulce, que una vez surcaron libre y abundantemente por nuestros ríos, humedales y lagunas, pero hoy apenas sobreviven arrinconadas en pequeños relictos de la cuenca alta del río Bogotá. Este texto se publicó originalmente en: Rodríguez Gallo, Lorena (2025). "Cursos y espejos de agua en la Sabana de Bogotá: memoria silenciosa de sus antiguos pescadores". En: Steiner Fraser, Juliana (ed.). Ecotono: revoluciones silenciosas. Centro de los derechos humanos y las artes en Bard College, New York, pp. 108 - 137.


"La nivelación del terreno de la Sabana no le permite andar al río sino con

una lentitud y una gravedad que recuerdan la idea de lo eterno y de lo infinito".

Eugenio Díaz Castro, 1852 


Introducción


El pescado no es una de las proteínas más comunes en la mesa de los habitantes de Bogotá. Siempre escuché que una de las razones es que no vivimos junto a grandes ríos que provean este recurso en abundancia; que el pescado se encuentra en las tierras bajas y en las costas, por lo que aquí, en la Sabana de Bogotá, no hay mucha tradición de su consumo; además, comprarlo en los mercados capitalinos resulta costoso, porque proviene de afuera. Eso dicen… Y sin embargo no hay nada más alejado de la realidad, una realidad presente desde hace más de 12.000 años, cuando los primeros pobladores de este territorio llegaron para instalarse en las frías e inundables planicies de la Sabana. Realidad que hace apenas unas pocas décadas cambió y terminamos olvidando en medio de la canalización, desaparición y contaminación del río Bogotá y de sus afluentes.


Basta conversar con nuestros abuelos y mayores para darnos cuenta de que en los años sesenta y setenta del siglo XX aún se pescaban capitanes, guapuchas y capitanejos, y se capturaban cangrejos de agua dulce en los ríos y quebradas de este territorio. Mi mamá, hace poco, y para gran sorpresa mía, me contó que cuando ella era pequeña, mi abuelo a veces llegaba a la casa con dos baldes llenos de pescados vivos, uno con capitanes y otro con guapuchas, tomados del que llamaban río Negro, en la vereda Panamá de Soacha, donde nació, mismo lugar donde él, cuando era pequeño, solía capturar cangrejos. Al consumo del cangrejo le atribuyó siempre su buena salud y longevidad, pues murió a los 100 años. Por otros testimonios, como los de mi abuelo, sabemos que estos peces aún se pescaban en diversos sectores de Bogotá, como en Suba y por la calle 80 (Buenaventura, 2023: 17-68). Pero para las generaciones siguientes la memoria sobre estas prácticas desapareció.


Si revisamos crónicas, documentos coloniales, relatos de cuadros de costumbres, noticias y otras evidencias documentales, encontraremos relatos que hacen referencia a la práctica de la pesca en la Sabana de Bogotá, a la presencia en los mercados y en las mesas del pescado fresco proveniente de los cursos fluviales de este territorio. Sin embargo, cuando pensamos en los grupos antiguos que habitaron esta planicie, de los muiscas del momento de la invasión española, de sus ancestros y de sus descendientes, no solemos pensarlos como pueblos de pescadores, movilizándose en sus balsas por las lagunas, humedales y cursos fluviales, elaborando los instrumentos para la faena o aplicando diferentes técnicas para la obtención del pescado. Porque en estas mismas evidencias históricas da la impresión de que la pesca era solo circunstancial, casi accidental y no tenía nada que ver con los cacicazgos de los que nos han hablado arqueólogos e historiadores, o porque hacía apenas parte de una actividad de subsistencia de los campesinos e indígenas empobrecidos del periodo colonial y republicano. 


La percepción de esta actividad como algo marginal, a la vez que la falta de comprensión de la Sabana de Bogotá como un territorio anfibio, llevó a la contaminación de todos sus cursos y espejos de agua, a la casi desaparición de estas especies ictiológicas que constituyen nuestro patrimonio ecológico por ser endémicas del río Bogotá y de sus afluentes. Y, con ella, a la pérdida de la memoria sobre su riqueza natural que nos hace repetir aquella idea de que en Bogotá se consume poco pescado porque no lo hay. El que se compra proviene del mar o de las tierras bajas del país.



Los caminos de agua: el transporte en balsas


Es necesario, por lo tanto, recurrir a los múltiples y pequeños fragmentos que se encuentran esparcidos entre crónicas, procesos judiciales, cartas de viaje, relatos costumbristas, vestigios arqueológicos, mapas recientes y antiguos, fotos tempranas, y hasta a la forma de nombrar los lugares (toponimia) para reconstruir un retrato posible de lo que fue la pesca en tiempos antiguos, anteriores a la invasión española.

Comenzaremos por las evidencias que quedaron en los documentos del periodo colonial para mostrar que la actividad de la pesca fue fundamental para los grupos muiscas porque el agua era un elemento omnipresente en toda la Sabana de Bogotá y, por lo tanto, de agua debían ser los caminos a través de los cuales los indígenas se movilizaban mediante sus balsas, en las que no solo depositaban el producto de su pesca, sino también en las que se transportaba a la gente, mercancías, ideas y noticias de un punto a otro del territorio. 


En una de las cartas anuas (1), elaboradas por los jesuitas, encontramos uno de los testimonios más precisos, aunque breve, de las primeras décadas de la colonia sobre el uso de balsas por parte de los indígenas. Se trata de una descripción del territorio de la Sabana de Bogotá de 1608 en la cual el narrador señalaba que se trataba de una “llanada [..] grande y hermosa”. Es interesante constatar que se refiere a ella como una “vega”, de 15 leguas de largo por 7 de ancho, atravesada por un río grande (el Bogotá) que transitaba con gran quietud. Esto muestra que, para ese momento, y sin funcionar el sistema de camellones (2) que usaban los indígenas antes de la invasión española para el manejo del agua, la Sabana se presentaba como una gran extensión inundable, territorio del río Bogotá, que debido a que corría por un suelo tan parejo, se explayaba a sus anchas, haciendo “grandes lagos y pantanos por los cuales navegan los indios de unas partes a otras en unas barcas que hacen de juncos bien atados que aunque son de mucha seguridad fuera de poco arte.” (del Rey y Fajardo, 2015, p 195). Esta mención es importante porque en ella se afirma explícitamente que los muiscas se transportaron, y aún lo hacían a inicios del siglo XVII, en estas balsas y que por lo tanto buena parte de los caminos de la Sabana eran en realidad de agua y no de tierra. Si esto era así a setenta años de la colonización, cuánto más en los siglos que antecedieron a 1537. 

Imagen 1. Sabana de Bogotá. Reconstrucción de los cursos de agua de la planicie y de los meandros del río Bogotá a mediados del siglo XX. Lorena Rodríguez Gallo.


Un año después encontramos otra mención sobre el uso de balsas por parte de los muiscas, específicamente en el contexto de usarlas para salvar el paso entre el pueblo de Bogotá (actual Funza) y el camellón de occidente (actual calle 13). Esta referencia se hizo en el contexto de una queja interpuesta por el cacique, capitanes e indígenas de Bogotá contra los propietarios de los ganados que se encontraban en la Sabana de Bogotá (ya que Francisco Maldonado les había arrendado dichos terrenos), debido a que aquellos ingresaban a las cementeras de los indígenas y pisoteaban y se comían los cultivos. En ella se menciona una disposición anterior, de 1600, en la que el oidor de la Real Audiencia, Diego Gómez de Mena, ordenó que los indígenas de Bogotá construyeran una zanja alrededor del pueblo para evitar la irrupción de los ganados que pastaban en los alrededores (ver Imagen 2). Allí hay una descripción sobre la forma en que los indígenas atravesaban el humedal El Gualí, en ese entonces conocido como el conjunto de ciénagas Muxio, Riagacha y Subtoque, señalando que se hacía por medio de balsas: “[…] por quanto para yr desde este pueblo [de Bogotá] a la ciudad de Santafe se a de atravesar la ciénaga en balsa o pasarla con el agua a los pechos de la cabalgadura […]” (AGN. CACIQUES_INDIOS,20,D.2, fol. 134v).  A pesar de la brevedad de la referencia, nos permite constatar que también en este sector aún era común que los indígenas realizarán ciertos trayectos en balsas en los albores del siglo XVII. 

Imagen 2. Detalle del humedal El Gualí, abrazando al pueblo de indios de Bogotá (hoy Funza). Se puede observar la zanja con sus respectivos puentes para atravesarla (identificadas con la letra P) y lo que probablemente serían dos muelles sobre El Gualí (identificados con la letra M), para el embarque y desembarque de las balsas.

Adaptado de AGI. MP-PANAMA,336, 1614. 


Son, en todo caso, breves y esquivas las referencias hasta ahora encontradas sobre “el andar” en balsas por la Sabana. Sobre los tiempos que antecedieron a la colonización nada dijeron explícitamente los primeros peninsulares que pisaron este suelo inundable, a pesar de que debieron tener enormes dificultades para moverse con sus caballos por esa red de canales que debía atravesar la planicie entera. Por ello, debemos seguir buscando en la documentación posterior, vestigios de esta forma de moverse por el territorio. Y allí están, estas prácticas como fosilizadas en el tiempo, presentes varías décadas después de la independencia. A través de ellas podemos constatar que los pobladores del valle del río Bogotá continuaban construyendo balsas con las técnicas antiguas y transportándose en estas por la cuenca hídrica. 


Al respecto existen dos referencias interesantes. La primera fue hecha por el alemán Wilhelm Reiss en 1868, en medio del relato sobre el viaje que realizó con Alphon Stübel al salto del Tequendama. Refiere el viajero que cuando llegaron al sector de Canoas, el puente sobre el río Bogotá había sido destruido por las últimas inundaciones, razón por la cual debieron atravesar el río “[…] en una balsa que, más o menos tan grande como el tablero de una mesa, se componía de juncos atados […]” (Reiss [1868] 1994, p. 60). El autor de la carta se refirió a la gran fragilidad de esa balsa, que apenas lograba soportar el peso de una persona con una maleta de viaje pequeña, pero se deberá entender en el contexto de una situación de emergencia, debido a la destrucción del puente (ver Imagen 3). Sin duda las balsas aún utilizadas debían ser más robustas, como se señala en la carta anua, con el fin de soportar las faenas diarias del transporte de personas y alimentos; la técnica y el material de construcción (juncos provenientes de los humedales) seguían siendo los mismos que los implementados desde tiempos prehispánicos. La otra referencia se le debe al escritor Eugenio Díaz Castro (1852), pero de ella hablaremos más adelante.

Imagen 3. Antigua Pesquería del Tabaco en sector de Canoas (Soacha).

Hay que tener en cuenta que los meandros fueron cortados en décadas recientes, generando un curso del río Bogotá más lineal. Hoy en día el sector se llama Humedal Meandros. Adaptado de Google Earth, 2024.


Otra manera en que las evidencias de esta práctica se fosilizaron en el tiempo fue en la forma en que se renombraron los diferentes rincones de este territorio. Aunque la intencionalidad de los españoles fue borrar la memoria sobre la comprensión y significado que esta planicie tuvo para los muiscas, algunos de los nombres asignados dejaron entrever los trazos borrosos de esas antiguas dinámicas. También en este caso, la evidencia es escasa, pero suficiente para abrir una ventana al pasado. Se trata de topónimos que se concentran especialmente hacia el suroccidente de la Sabana de Bogotá, que rememoran el uso de balsas para la movilidad, y que hasta hoy perviven en nuestra cartografía. 


Hablaremos, en primera instancia, de un lugar que ya hemos mencionado: Canoas. Así se conocen actualmente una de las veredas de Soacha y el Parque Arqueológico Canoas; este nombre se remonta a la estancia que fue propiedad de Antón de Olalla, un lugarteniente de Jiménez de Quesada, quien en herencia la traspasó a su yerno, Francisco Maldonado. En su trabajo sobre las haciendas de la Sabana, Pardo Umaña (1946, p. 119) señala que el nombre se debe a que se accedía a la casa de la estancia por medio del camino de Soacha, atravesando el río Bogotá con la ayuda de balsas a falta de un puente (ver Imagen 3). Sin embargo, esta interpretación no es del todo adecuada, pues esta era la forma más común de cruzar los ríos de toda la Sabana, usando balsas para pasar de una orilla a la otra, ya que los puentes eran más bien escasos, así que no habría razón para que Canoas fuera recordada con ese nombre por esta particularidad. Nos parece más probable que el nombre derivara de las dinámicas propias de este sector que se debieron observar en los primeros días de la colonización: teniendo en cuenta que allí el río Bogotá dobla a la derecha para iniciar su descenso de la cordillera, Canoas debió ser un puerto, el final (o el inicio) del viaje por la Sabana, la última estación en la que los viajeros debían apearse, y por lo tanto aquí debía haber una particular aglomeración de balsas y de actividad fluvial.


Un segundo topónimo es el del río de las Balsas que se transformó con el tiempo en el actual río Balsillas, también ubicado al suroccidente de la Sabana, y que a su vez está relacionado con otro topónimo: el del Paso de las Balsas, precisamente ubicado sobre este curso fluvial. Como río de las Balsas ya aparece mencionado en la documentación colonial en fechas tan tempranas como 1547 (AGI. Escribanía,763: fol. 105v). Tendría su inicio en la confluencia del entonces llamado río de Alfonso Díaz por los españoles (actual Serrezuela) con el desagüe de la laguna de la Herrera, aún llamada por los muiscas de la época Mifueguyasuca (3) y desembocaba (y aún lo hace) en el río Bogotá, en el sector de El Tabaco. En la confluencia del río Serrezuela con el desagüe de La Herrera debían formarse grandes áreas inundables durante buena parte del año (4), pero además un poco más al oriente estaba el camino que iba desde Bogotá (actual Funza) hacia Tena. El punto donde este camino pasaba sobre el río Balsillas era el Paso de las Balsas. Por lo tanto, aquí se debían concentrar gran cantidad de canoas que efectivamente facilitaban el paso por este sector, el cual debía estar constituido por una red de lagunas y humedales, lo que explicaría la referencia, en ambos casos, a las balsas.

Imagen 4. Laguna de la Herrera (Mifueguyasuca) y río Balsillas.

Adaptado de Google Earth, 2024.


Un último ejemplo se ubica al norte de la Sabana, en los municipios de Chía y Cota. En el primer caso encontramos la confluencia del río Frío con el río Bogotá, en un punto donde este último describe una amplia curva, y por lo cual fue llamado Vuelta Grande, pero cuya vereda se llama La Balsa. En el segundo caso se trata de un punto en el valle de inundación del río Bogotá, un poco más al norte de Pueblo Viejo, que se llamaba también La Balsa (Wiesner, 1981, mapa 6).


Pesquerías en hoyos y corrales


Los muiscas debían, por lo tanto, transitar a lo largo y ancho de la Sabana en las balsas hechas de la materia prima que sus zonas inundables ofrecían: los juncos. Pero, sin duda, no era solo para transportarse de un lugar al otro que las balsas eran utilizadas. La pesca debió ser una actividad central para complementar la dieta cotidiana de los muiscas. Existen varias referencias en los documentos coloniales tempranos y en la crónica, en los que se señala, no solo la importancia de esta actividad, sino que se sugiere que iba más allá de la pesca oportunista en la época de subienda para traducirse en alguna forma de producción similar a la piscicultura. Probablemente con el fin de propiciar la reproducción de los peces y con seguridad, para garantizar la disponibilidad de pescado fresco durante varias semanas, manteniendo vivos a los peces en lo que los españoles llamaron “hoyos” y “corrales”.  Además, estas referencias muestran que se realizaba en diferentes sectores de la Sabana de Bogotá, a lo largo del río Bogotá, de su valle de inundación y de sus afluentes. 


En la temprana relación del Epítome (ca. 1544) se señalaba que en la Sabana había gran cantidad de lagunas en las que se criaban patos y que en estas mismas lagunas y en los ríos habían peces, no en gran abundancia, pero de muy buen sabor: “[…] es lo mejor que se a visto jamás por q(ue)s de diferente gusto y sabor q(ue) de quantos se an visto, es solo un gén(er)o de pescado y no grande sy no de un palmo y de dos y de aquí no pasa p(er)o es admirable cosa de comer.” (Tovar, 1995: 134). A juzgar por el tamaño del pez descrito, debía estar haciendo referencia al pez capitán, que puede alcanzar hasta los 50 cm de longitud. No hay claridad sobre el origen de este nombre, pues los muiscas lo llamaban gua muyhyca (5). Es probable que los españoles lo nombraran “capitán” debido a que era el pescado de mayor tamaño que surcaba las aguas de la cuenca del Bogotá, y por lo tanto lo estarían equiparando con capitán en el sentido de tyba (capitán / jefe /compañero) en muysccubun (6)


Francisco Maldonado mencionaba en 1597 que los indígenas de Bogotá tenían sus pesquerías cerca a este pueblo: “[…] las pesquerías de los d(ic)hos indios, ecepto las de un capitán, todas estan mas cerca de la d(ic)ha estancia [que dista 1 legua de Tena] que del d(ich)o pueblo [de Bogotá] […]” (AGN. CACIQUES_INDIOS,55,D.18, fol. 714r). Cabe aclarar que la razón tras esta afirmación era lograr trasladar el pueblo y el resguardo de Bogotá a los bordes de la Sabana, probablemente hacia el actual sector de Canoas (7), para que Maldonado obtuviera el control sobre todas las tierras de la Sabana central. Entre otros argumentos, señalaba que sus principales pesquerías se encontraban hacia la región de Tena. 


Argumento que contradijo el canónigo de Santafé, Francisco de Vargas, quien se oponía a la propuesta de este traslado y en defensa de la permanencia de los indígenas en el pueblo de Bogotá señaló varias virtudes del territorio, una de las cuales era que allí los indígenas tenían “[…] junto el río que llaman de Vogota ques su propia naturaleza y renombre donde, en él y en el río de Chinga (8) y en las ciénagas questán junto a su pueblo tienen fundadas sus pesquerías por zanjas y corrales, de donde sacan mucha suma de pescado q(ue) venden para sus contrataciones […]" (AGN. CACIQUES_INDIOS,55,D.18, fol. 717v).

Imagen 5. Pez capitán (Heremophilus mutisii).

Autor: Juan Cristóbal Calle Vélez (2004).


Este testimonio señala con bastante precisión que los indígenas del pueblo de Bogotá obtenían su pescado del río Bogotá, del río Subachoque y del humedal el Gualí. Este último, sin duda, debía tener una conexión con el río Bogotá que le permitiera mantener agua corriente, y por lo tanto oxigenada, para garantizar la supervivencia de los peces (ver Imagen 6). Además, el padre Vargas señala un elemento importante, y es la forma como los indígenas pescaban pues, según este comentario, los indígenas debían construir canales (zanjas) de desvío en la época de subienda, para que el pescado se desviara desde allí hacia algún tipo de reservorio (corrales), donde podrían prolongar el aprovechamiento del recurso. Esto debió implicar que se debía garantizar una profundidad suficiente de los canales y corrales, un nivel de agua adecuado cuando el invierno hubiese pasado y una corriente constante para garantizar las condiciones de oxigenación, como se señaló antes.

Imagen 6. Humedal el Gualí. 

Ubicación del antiguo pueblo de Bogotá (actual Funza), del humedal El Gualí y del río Chinga. Adaptado de Google Earth, 2024.


Finalmente, Francisco de Vargas demuestra la importancia que tenía la pesca dentro de las actividades económicas, pues señala que el dinero recolectado con su venta les permitía pagar los tributos, comprar animales e incluso obtener la dote para casar a sus hijas (Ibid: fol. 717rv).


Fray Pedro Simón (1625) menciona que El Tabaco (Soacha) era un lugar importante para desarrollar la actividad de la pesca, precisamente porque allí el río describía curvas cerradas creando remolinos que facilitaban atrapar los peces; tal vez por ello, era un lugar especial para entregar las ofrendas a los dioses:


"[…] en una parte del río que llaman de Bosa, que es el que recoge las aguas de este Valle de Bogotá, donde son más ordinarias sus pesquerías y más en cierta parte peñascosa por donde pasa cerca de un cerro que llaman del Tabaco, a donde por ser mayor la pesca que hacen, ofrecían entre las peñas del río, pedazos de oro, cuentas y otras cosas para tener mejor suerte en las pesquerías". (Simón, 1981 [1625] v. 2, p. 254- 256). 

 

Una descripción más tardía, iniciando el siglo XVIII, la presenta fray Alonso de Zamora, en la que señala que, de todo el Reino de Granada, el pez más “celebrado” era el capitán, que tenía pintas doradas, y se podía pescar en los ríos de Bogotá, Bosa y Serrezuela (Zamora [1701], p. 330)

Imagen 7. Pescadora de Bosa. Colección de Alphons Stübel. 1868.

Foto disponible en: https://ifl.wissensbank.com


En otro documento también se menciona a Fontibón como un lugar importante para la actividad pesquera de los muiscas. En 1605, los indígenas de la capitanía de Chutativa, en una queja presentada contra algunos indígenas de la capitanía de Tibabuso, señalaron que ellos habían poseído y poseían en el río de Fontibón, “[…] ciertos sitios, hoyos y pesquería que heredamos de nuestros tíos, agüelos y antepasados […]”, (AGN. CACIQUES_INDIOS,21, D.8, fol. 884), pesquería llamada Bozio (9).


Sobre la pesca practicada por los muiscas en el siglo XVI e inicios del XVII, y los lugares donde se llevaba a cabo, se pueden encontrar ciertas referencias, aunque breves en su mayoría, en la documentación colonial (10). Pero además de esta información etnohistórica, existe información arqueológica, en la que se encuentran datos sobre esta práctica en el periodo prehispánico. En primer lugar, se procuró identificar antiguas estructuras para pesca en las fotografías aéreas de la Sabana de las décadas de 1930 a 1950, siguiendo los hallazgos realizados por Erickson (2000), para el caso de la región amazónica boliviana. Erickson identificó, mediante fotointerpretación, estructuras que interpretó como un sistema de pesca, consistente en represas construidas en las planicies inundadas en forma de zig-zag. Algunas de ellas tenían una abertura en forma de embudo en el extremo, asociada a pequeños estanques. Es probable que durante el período de inundaciones los peces ingresaran a la llanura y quedaran atrapados en las presas para luego ser dirigidos a través de los embudos hacia las lagunas.


Sin embargo, para la Sabana de Bogotá no se han identificado estructuras similares (Rodríguez Gallo, 2015: 151-152). Investigadores como Broadbent (1968) y Bernal (1990) propusieron que los propios canales del sistema de camellones podrían haber sido utilizados para la piscicultura. El gran reto en este caso consistiría en mantener un volumen suficiente de agua en los canales después del período de inundaciones, como ya se mencionó. Ana María Boada (2006) señaló que el flujo de agua hacia el río tendría que ser bloqueado cuando las precipitaciones comenzaran a disminuir para mantener un nivel de agua suficiente, pero ni en la fotointerpretación ni en los trabajos arqueológicos se han identificado rastros de diques que tuvieran como objetivo evitar que el agua saliera de los canales. Parece más probable que, en la época de las inundaciones, los indígenas aprovecharan la abundancia de peces que era desviada hacia el interior de la Sabana a través de los canales. El pescado podría “almacenarse” en pequeñas zonas que se inundaban, como Tibabuyes, o desviarse a pequeños pozos excavados en el suelo con ese propósito al final de los canales, como sugiere la cita sobre la pesca en Fontibón: “ciertos hoyos y pesquerías”.


Aunque el paisaje prehispánico de la Sabana no estaba lo suficientemente fosilizado como para tener este nivel de detalle, en recientes trabajos arqueológicos se identificó un tipo de rasgo que consideramos que se puede tratar de una muestra de la actividad pesquera de los muiscas del periodo prehispánico. 


En el contexto del plan de manejo arqueológico para el proyecto urbanístico Palo de Agua (municipio de Cota) llevado a cabo por Bernal y Aristizábal en 2017, se encontró un vestigio arqueológico que desde nuestro punto de vista puede ser interpretado como uno de aquellos hoyos o corrales señalados por los colonizadores (11). Se trata de un rasgo arqueológico (Rasgo PA-1) semi-rectangular de 2.40 m de largo por 1.83 de ancho, de 45 cm de profundidad, con un “piso” arcilloso compactado, en el que a su vez ya había sido excavado un canal (Rasgo PA-2) en dirección sureste-noroeste que atraviesa de un lado al otro el primer rasgo y tiene un ancho de 38 cm. En el borde norte del primer rasgo, se identificó una prolongación, pero de apenas 57 cm de largo por 53 cm de ancho y 15 cm de profundidad (ver imágenes 8, 9A y 9B).       

Imagen 8. Municipio de Cota, sectores La Moya y Pueblo Viejo. 

En el sector central inferior se puede ver la localización del rasgo arqueológico PA-1.


Las arqueólogas señalaron que ninguna evidencia cultural se encontró en el interior de ese espacio o del canal, por lo cual no se debió tratar de una tumba. Por su tamaño, profundidad y por la presencia de la prolongación en el sector norte, se proponemos que se pudo tratar de un hoyo para las pesquerías. La prolongación puede ser el vestigio de un antiguo canal que conducía las aguas desde la quebrada Los Manzanos, que está un poco más al norte. El canal excavado en la base del rasgo pudo ser la evidencia de trabajos anteriores de trazado de canales para el manejo de agua por parte de los grupos indígenas. Esperamos que posteriores hallazgos, similares a este, en otros puntos de la Sabana de Bogotá, nos permitan confirmar esta interpretación con mayor seguridad.          

Imagen 9A. Rasgos PA-1 y PA-2. Tomado de Bernal y Aristizábal, 2017: 53-54.

Imagen 9B. Rasgos PA-1 y PA-2. Tomado de Bernal y Aristizábal, 2017: 53-54.


Otra evidencia arqueológica también ofrece información sobre la pesca, representada en restos óseos de las especies presentes en los cursos fluviales, herramientas hechas con hueso de este tipo de fauna o restos de los instrumentos utilizados para llevar a cabo esta actividad. Sin embargo, estas evidencias son escasas, debido a que los huesos de los pescados son muy pequeños y por lo tanto se degradan rápidamente, al igual que los materiales asociados a la faena de la pesca que se elaboraban en general con elementos orgánicos.


En la cuenca del río Bogotá existen especies únicas, endémicas de la región, precisamente porque ascendieron a estas alturas junto con la propia cordillera oriental en su proceso de formación (Gutiérrez, 2023). De ninguna otra manera se podría explicar el que existan peces a 2600 m de altura. La migración a través de los cursos fluviales desde las tierras bajas está completamente descartada, pues tendrían que remontar la cordillera Oriental, pero el salto del Tequendama es un obstáculo insalvable. Por lo tanto, la presencia del pez capitán (Eremophilus mutisii), de hasta 50 cm de largo, del capitanejo (Thrichomycterus bogotensis) de hasta 15 cm de largo, de la guapucha (Grundulus bogontensis) de hasta 8 cm de largo, y del cangrejo de agua dulce, nos habla de una historia geológica extraordinaria sobre la formación de nuestro territorio (12) y por ello mismo es tan importante la preservación de estas especies, actualmente en riesgo de extinción debido a la alta contaminación del río Bogotá y de sus afluentes. 


Su reducido tamaño y su baja densidad ósea dificulta aún más la preservación de restos de estos peces. Sin embargo, en algunas excavaciones han sido reportados vestigios. En Aguazuque, por ejemplo, se encontró una cantidad significativa. Las vértebras del pez capitán representaron el 70 % del total de peces identificados, el capitanejo representó el 29 % y la guapucha apenas el 1 % (Correal, 1990, pp. 109-114). En Las Delicias se reportó el hallazgo de restos de tres individuos de pez capitán y, en Porta Alegre, de 5 individuos también de capitán (Enciso, 1996, pp. 41-58).  Restos de estos peces también fueron encontrados en sitios como Zipacón, aunque no se pudo establecer a qué especies pertenecían (Correal y Pinto, 1983, p. 89).


Un último aspecto, a través del cual podemos señalar la existencia de estas pesquerías, es nuevamente en la toponimia. Según el Manuscrito 158 (13) la palabra chupqua significaba en muysccubun “pesquería”, lo que permite deducir que los sitios denominados con la palabra chucua o sus variantes fueron originalmente zonas de producción pesquera. 


Si analizamos las planchas del IGAC de 1940-1947 y el mapa de 1992, encontramos siete lugares con toponimia relacionada con la palabra chucua o referente a la actividad pesquera. El primer sitio se ubica en Suba, en el sendero Tibabuyes, cercano al río Juan Amarillo, y se llama específicamente La Chucua. El segundo sitio se ubica en la llanura occidental del río Bogotá, en los brazos del antiguo valle erosivo de La Florida, llamado Chucua La Isla. El tercero, lo encontramos en el brazo sur del humedal El Gualí, con el nombre de Chucua del Cacique. El cuarto está en la antigua confluencia de El Gualí con el río Bogotá, donde existe una finca llamada La Pesquera. Además, en un documento del Archivo General de Indias sobre arreglos en el Puente Grande de Fontibón de 1704, los administradores coloniales se refieren a este lugar como la chucua o la chucara (AGI. SANTA_FE,377). 


El quinto sitio está en la parte occidental del meandro El Say, en una finca llamada La Pesquerita. En este sector también existe un sexto lugar llamado Suamne, que según el Manuscrito 158 significa "pantano". El séptimo lugar está en el extremo sur de la Sabana, en el sector de Soacha, donde el topónimo muestra la persistencia en la memoria de esta actividad que se desarrolló en el pasado: en este caso hay dos lugares llamados La Chucua y otros llamados: La Chucuita, Chucuaviva, Hacienda La Chucuapuyana y otra llamada La Pesquera (ver imagen 10).


Estas referencias coinciden con los lugares donde se realizaban actividades pesqueras, según lo indicado en la documentación colonial, como vimos antes. En el caso de Tibabuyes, lo más probable es que los sitios de pesca estuvieran en la llanura aluvial. En el caso de La Florida y El Gualí tenemos una situación interesante: Van der Hammen (2003) ya había sugerido que un ecosistema con características de humedales reunía las condiciones ideales para desarrollar exitosamente actividades pesqueras, porque tenían la profundidad suficiente para garantizar niveles de agua aceptables a lo largo del año. Boada (2006) también los consideró adecuados porque al mantener una conexión con el río, garantizarían la renovación permanente del agua y, por tanto, un entorno natural apto para la reproducción de los peces. 

Imagen 10. Ejemplos de toponimia relacionada con la actividad de la pesca, sector Soacha. Planchas 227–IV-C, 246-II-A. Adaptado de: IGAC, 1946, 1947.


La situación del sector de Bosatama también es interesante porque existe una descripción colonial muy detallada del lugar donde se realizaban las actividades pesqueras, mencionada anteriormente en la cita de Simón (1981 [1625], v. 2). Habla de un lugar llamado Cerro del Tabaco, cerca del cual corre un río “que llaman Bosa” (actualmente río Tunjuelito) y que recibe las aguas que provienen del valle de Bogotá, donde la pesca era particularmente buena. 


Por la toponimia sabemos que en el sector de Bosatama, en la margen oriental del río Bogotá, existen varios lugares que tienen como referencia la palabra "tabaco": Puente del Tabaco, El Tabacal y Hacienda El Tabaco (14). Esto nos permite vincular la cita de Simón con la toponimia relativa a la palabra chucua, también abundante en este sector, como ya hemos señalado antes. Pero la prueba más clara del lugar exacto donde los indígenas practicaban la pesca se encuentra en un mapa de 1627 llamado “Pueblo de Soacha y su Partido”, que muestra un pequeño cerro entre los actuales Bosatama y Las Vegas, debajo del cual se lee: “Pesquería del Tabaco” (Imagen 11). De hecho, este sector del valle presenta pequeños cerros y colinas atravesados ​​por ríos como el Panamá y el río Soacha, lo que haría del lugar un espacio propicio para la pesca, coincidiendo con la descripción del documento colonial. Incluso, proponemos que el topónimo Pesquería del Tabaco del mapa de 1627, corresponde al topónimo La Pesquera de la plancha de 1946-1947, es decir, que el sitio señalado por Simón correspondería al actual paleomeandro llamado Humedal Meandros, en el sector de Indumil. 

Imagen 11. Detalle de la ubicación del sitio donde se llevaban a cabo las pesquerías, según el mapa “Pueblo de Soacha y su partido”. 1627, donde aparece con el nombre de Pesquería del Tabaco. Fuente: AGN. Mapoteca No. 4: 444-A.


En la laguna La Herrera (Mifueguyasuca) también debió practicarse la piscicultura, ya que comparte condiciones similares con El Gualí. Su formación se remonta a hace 5.000 años, cuando las aguas del río Balsillas habrían quedado parcialmente atrapadas entre el cerro Mondoñedo y el cerro Casa Blanca al aumentar el caudal. Con el tiempo, el estrecho valle entre estos dos cerros se fue sedimentando hasta obstruir parcialmente el flujo del río Balsillas, manteniendo un espejo de agua permanente que es la laguna La Herrera (Van der Hammen, 2003). Con agua fluyendo permanentemente, pero también con un lago de suficiente profundidad, La Herrera tenía excelentes condiciones para desarrollar la piscicultura. 



Las técnicas de la pesca


Pero ¿cómo se llevaba a cabo esta actividad? Además de los rastros directos del consumo de recursos fluviales, el registro arqueológico nos podría proveer de evidencias sobre la forma en que se pescaba en la Sabana de Bogotá, pero en este sentido también la información es muy escasa. Ya habíamos mencionado el hallazgo en el sitio Las Delicias (Enciso, 1996) de una punta de arpón hecha con cuerno de venado. Algunas piezas líticas han sido interpretadas como pesos para red, aunque no son muy comunes en la Sabana de Bogotá. Existe registro de estos artefactos en Soacha (Reichel-Dolmatoff, 1943:19 y Correal, 1990, pp. 37-39), y se han reportado hallazgos fortuitos en el municipio de Bojacá (Imagen 12)

Imagen 12. Probables pesos para red. Colección de Nelson López. Municipio de Bojacá. 

Información y foto: Diego Martínez Celis.


Un caso interesante se encuentra en la laguna de Fúquene, donde se hallaron 53 pesos para red en medio del sedimento de una zona seca del lago, de forma circular y plana con grietas laterales o circulares asociadas a cerámica del periodo muisca tardío. El arqueólogo Hernández de Alba sugirió que las pesas se instalaban en los bordes inferiores de cestas trampa hechas de fibras vegetales, que se sumergían en el lago para capturar los peces. Estas redes debieron ser elaboradas siguiendo las mismas técnicas de las redes empleadas para envolver momias encontradas en todo el altiplano (Ghisletti, 1954, (2), pp. 84-86). El uso de este tipo de instrumentos también se vería reflejado en el muysccubun, donde encontramos conceptos como iaia que significa "red de pesca" o tyhysua que significa "anzuelo" (ver en http://muysca.cubun.org)


Las descripciones de los colonizadores y cronistas no son de gran ayuda porque fueron escasas y poco detalladas. Por lo general se limitan a señalar, como ya se ha mostrado, que los indígenas tenían pesquerías por zanjas y corrales. Sin embargo, en el documento antes referido sobre la querella entre los indígenas de Fontibón, existen algunos elementos interesantes para rescatar. En este se relata una querella entre los indígenas de dos parcialidades de Fontibón, la cual se originó un jueves en la tarde de mediados de enero de 1605, cuando los indígenas de la capitanía de Tibabuso fueron a pescar al río Bogotá, ingresando en las aguas de la parcialidad de Chutatiba, en la cual no tenían autorización para pescar, pues quienes tenían el privilegio de explotación sobre la pesquería de Bozio eran los indígenas de Chutatiba. Esta situación generó una pelea en la que ambas partes se golpearon y en el transcurso de la denuncia los testigos, al relatar los acontecimientos, señalaron algunos elementos de importancia sobre la pesca. 


Lo primero que se constata de este conflicto es que ya para inicios del siglo XVII la pesca era una actividad privatizada, pues los indígenas de Tibabuso estaban pescando en un punto del río Bogotá donde no tenían autorización para hacerlo. Además, uno de los testigos, Pedro Guachua, de la parcialidad de Chupaque, señala que él estaba presente porque fue a ese lugar “[…] a comprar pescado […]”. Cabe señalar que este indígena era también de Fontibón. Es decir que incluso al interior de los pueblos de indios, solo algunas parcialidades tenían este tipo de derechos (AGN. CACIQUES_INDIOS,21, D.8, fol. 887r).


En segundo lugar, en el relato de los hechos se menciona que los indígenas de Chutatiba fueron golpeados con los palos de las redes, lo que es importante porque nos confirma que las redes debían tener alguna especie de cabo largo, es decir, que debían ser similares a las actuales redes de pesca conocidas como salabres, que se parecen a las redes para cazar mariposas, pero de mayor dimensión. 


Finalmente, el indígena Alonso Vizchotive, de la parcialidad del capitán Papo, señaló que se encontraba allí y presenció los hechos porque había ido con los indígenas de Chutativa “[…] a sus pesquerías para les ayudar a sacar pescado de sus pozos […]”, lo que confirma que los indígenas almacenaban el resultado de la pesca en estos pozos (hoyos o corrales), de donde lo sacaban al momento de ir a venderlos (AGN. CACIQUES_INDIOS,21, D.8, fol. 890r).


Para apoyar esta “instantánea” de la cotidianidad de los muiscas, existe un relato muy interesante, hecho por el escritor Eugenio Díaz Castro (1852), que pudo ser el resultado de sus propias observaciones sobre la forma como aún en el siglo XIX se pescaba en la Sabana. 


Se trata de un relato costumbrista de 1852 sobre una familia dedicada a la pesca, que tituló “María Ticince o los pescadores del Funza”. En este maravilloso relato, Díaz Castro logra adentrarse en la intimidad de esta familia sabanera con gran riqueza de detalles sobre sus formas de vida, las características de sus casas, sus ropas, sus comidas, sus conversaciones, y sobre cómo se desarrollaba la pesca en esa época. 


Según el relato del autor, la familia descrita debía vivir hacia el sur de la Sabana, en cercanías del río Bogotá, pero para este momento la pesca se realizaba por lo general durante las noches y de forma muy sigilosa pues muchos hacendados prohibían a los habitantes del territorio pescar en el río, por lo menos en los sectores colindantes con sus haciendas (lo que, como constatamos antes, ya sucedía desde el periodo colonial bajo la figura de autorizaciones de la Real Audiencia a los propios indígenas para poder pescar). Como dijeron algunos de los personajes:

“–Porque ya lus blancus ni nos dejan pescar en sus tierras. –¿Luego no es en el agua? –Pues hasta el agua nos la quitaron ya". Eugenio Díaz Castro, “María Ticince o los pescadores del Funza”, 2015 [1852], p. 58.

Imagen 13. "Indios pescadores de Funza". Ramón Torres Méndez. 1860. Álbum de cuadros de costumbres. Colección Banco de la República. Esta acuarela coincide en sus detalles con el relato de Eugenio Díaz, por lo que no nos parece inverosímil que Torres Méndez se haya inspirado en él.


Esta actividad la realizaban, como en tiempos prehispánicos, en balsas de junco con proa y apoyados por una vara larga que enterraban en el fondo del río para impulsar la balsa por las aguas calmas del río. Sus instrumentos de pesca eran dos: “Una larga red (…), de la figura de un cartucho, abierta su boca por el arbitrio de un aro de bejuco” (p. 49) que era sostenido mediante un cabo, (lo que coincide con la descripción de 1605 de la pesquería de Fontibón), y un canasto amarrado al borde de la balsa de forma tal que quedara parte de él sumergido en las aguas del río donde el producto de la pesca se iba depositando, pero permitiendo al pescado mantenerse vivo. 


A falta de la refrigeración de nuestro mundo contemporáneo, este pescado después era llevado a la casa familiar, y se depositaba en un hoyo que se encontraba en el centro de la sala. Allí se mantenía fresco hasta el momento de llevarlo a la ciudad de Bogotá para su venta, tal como se deduce del relato de 1605. La peculiaridad de que el hoyo se encontrara dentro de la casa tal vez correspondía al hecho de que esta actividad estaba prohibida por los dueños de las haciendas. como señalamos, pero nos permite constatar que estos hoyos serían del mismo tipo de los que se describen en los siglos XVI y XVII y que los indígenas construían a lo largo de los bordes de ríos y lagunas. Esta descripción también estaría en consonancia con el rasgo arqueológico de Cota. 

Imagen 14. “Episodio de mercado (Bogotá)". Ramón Torres Méndez. 1860. Álbum de cuadros de costumbres. Colección Banco de la República. Se observa la compra y venta de pescado capitán y cangrejos de río.


Lo interesante es que existen cuatro fotos, probablemente de 1910, en las que se retrata la pesca en el río Bogotá, en el sector de Suesca (15), en las que se pueden apreciar las grandes similitudes que, para inicios del siglo XX, existían con relación a los siglos anteriores (Imagenes 15A, 15B, 15C,y 15D). Cada elemento descrito en los documentos del siglo XVI y XVII y en el relato de Eugenio Díaz Castro se pueden apreciar aquí. Algunos que no se han reseñado aún, como la forma de vestir de los pescadores, o el hecho de que era una actividad en la que participaban tanto hombres como mujeres, que se constata en el personaje de María Ticince retratado por Eugenio Díaz, pero también en el documento de 1605, pues una de las declarantes, Luisa Sasquaya, afirmaba estar allí porque se encontraba pescando junto a los indígenas de Chutatiba. 


En las imágenes, se ven los pescadores sobre sus balsas de junco, elaboradas a partir de atados que recuerdan las totoras peruanas, con una proa delgada elevándose ligeramente en punta, y usando estos salabres descritos en 1605 y 1852. Incluso el canasto que menciona Eugenio Díaz, amarrado en el borde de la balsa para depositar el pescado, lo podemos apreciar en la primera foto, donde se identifican tres canastos amarrados al borde de las balsas. Las fotografías presentan también un tipo de alineamiento de las balsas, que se mantienen siempre cercanas a la orilla, lo que puede indicar que la táctica de pesca era crear, a partir de las embarcaciones, una especie de barrera para acorralar a los peces. Recordemos, además, que al pez capitán le gusta meterse entre el barro, lo que explicaría porqué la pesca se realizaba a orillas del río y no en las aguas abiertas.




 Imagenes 15A, 15B,15C y 15D. Pescadores en el río Bogotá. ca. 1910. Anónimo, en "75 años de fotografía, 1865-1940. Personas, hechos, costumbres, cosas". 1970.


Es interesante constatar que estas prácticas permanecieron invariables hasta al menos la década de 1950 (ver imagen 16) o incluso hasta la de 1970. Según el testimonio de pescadores del municipio de Cota, recogidos por Andrés Olivos (2006), en los años setenta del siglo XX se utilizaban balsas de junco, impulsadas por una vara, usando redes para pescar y canastos para guardar el resultado de la faena. En su libro se muestra una red (en este caso abierta y no como los salabres) que usó Hermógenes Balsero para su labor (16) y un canasto, propiedad de Lola Cantor, que para el momento era una reliquia familiar, usada por sus antepasados, probablemente en los albores del siglo XX (Imágenes 17A y 17B) (17)

Imagen 16. Inundaciones del río Bogotá en Fontibón. Anónimo. 1956. Fondo EAAB. Archivo de Bogotá. Esta foto nos permite evidenciar que aún a mediados del siglo XX se conservaba la memoria de la técnica de elaboración de las balsas de junco y las formas de transportarse por el río Bogotá de sus antiguos pobladores.


Imagen 17A. Canasto usado para recolectar el pescado obtenido en la faena, propiedad de Lola Cantor. 

Foto: Andrés Olivos Lombana, 2006.


Imagen 17B. Red para pesca usada hasta hace unas décadas atrás en el río Bogotá por Hermógenes Balsero.  Foto: Andrés Olivos Lombana, 2006.


Consideraciones finales


Lo expuesto aquí nos habla de saberes y prácticas que mantuvieron una continuidad en el tiempo, probablemente desde hace doce milenios, cuando los primeros grupos humanos arribaron a este territorio. Son formas de interacción con el entorno que pasaron de generación en generación, desde los grupos móviles más antiguos a los grupos sedentarios que a partir de 1537 fueron conocidos como los muiscas y quienes aprendieron estas prácticas cuando este territorio todavía les pertenecía. Luego estos saberes pasaron a los indígenas y mestizos que sobrevivieron, primero al interior de los resguardos, luego arrinconados en alguna esquina de la Sabana como bien lo ejemplifica el relato de Eugenio Díaz Castro; hasta preservarse en la población, ahora llamada campesina que, como mi abuelo, pescaron a lo largo del siglo XX capitanes, capitanejos, guapuchas y cangrejos. Todos encarnaron este conocimiento porque desde que tenían memoria aprendieron a hacerlo, porque estas especies estaban allí en los cursos fluviales y en las lagunas, a la mano de quienes las quisieran pescar, hacían parte de los recursos de la Sabana, de su dieta y de las recetas que en casa daban a conocer las formas más sabrosas de cocinarlas.


Medio siglo ha bastado para que estas prácticas casi hayan desaparecido, resultado de la contaminación de la cuenca del río Bogotá y la urbanización acelerada de la Sabana que rápidamente ha reconvertido habitantes rurales en trabajadores urbanos, relegando sus memorias sobre la pesca en la Sabana a anécdotas rara vez comentadas en alguna conversación de circunstancia, porque ¿a quién le interesa saber esto? A nosotros, diremos ahora, quienes no tuvimos la oportunidad de nadar en nuestros afluentes, ir de pesca un fin de semana a las afueras de la ciudad o tener en nuestra mesa aquél que fuera el pez más “celebrado” del Nuevo Reino, en palabras de Zamora y que era “admirable cosa de comer” según el paladar del autor del Epitome


El pez capitán, la guapucha, el capitanejo y el cangrejo de agua dulce son especies únicas del altiplano cundiboyacense y, por lo tanto, requieren un medio ecológico saludable para que no se extingan irremediablemente, son parte de la memoria de este territorio y de sus habitantes, y por lo tanto nos debemos movilizar en favor de su preservación; para que, también ellos, hoy en día arrinconados en la cuenca alta del río Bogotá, en el Neusa o en Fúquene, puedan volver a surcar por nuestros ríos, humedales y lagunas.



Notas


  1. Cartas anuas se refiere a informes anuales, en este caso, entregados por los miembros de la Compañía de Jesús a sus superiores. 

  2. El sistema de camellones es el nombre con el que cual se conoce al sistema hidráulico de campos elevados de cultivo que construyeron los grupos humanos que poblaron la Sabana de Bogotá a lo largo de más de 2000 años; consistió en la construcción de plataformas elevadas (50 cm a 70 cm de altura aproximadamente) para mantener secas las raíces de las plantas cultivadas, intercaladas por canales para darle manejo al exceso de agua de la planicie. (Rodríguez Gallo, 2019). 

  3. Sobre la recuperación de la memoria de este topónimo ver la investigación de Rodríguez Gallo, 2015, pp. 172 y 174.

  4. Federico Aguilar en 1886 aún señalaba que en su regreso a Bogotá pasó por este sector, el cual describe de la siguiente manera: “[…] pasado el río Cerrezuela por un primitivo allpa- chaca, (puente de tierra como lo llamarían en Perú y el Ecuador) dimos con grandes lagunas sobre la izquierda, derrames de aquel río fácilmente canalizable […]”. p. 20. 

  5. Según el Manuscrito 158. Ver en Diego F. Gómez (2008 - 2024). Diccionario muysca - español. http://muysca.cubun.org/Manuscrito_158_BNC/Vocabulario/fol_96r 

  6. Diego F. Gómez (2008-2024). Diccionario muysca - español. http://muysca.cubun.org/tyba 

  7.  Francisco Maldonado dice que la estancia a donde quiere trasladar a los indígenas está a una legua de Tena, pero, además, Francisco de Vargas señala más claramente que Maldonado “[…] a pretendido y pretende que los ynd(io)s del d(ic)ho repartim(ien)to se muden de asiento de adonde están poblados y se pasen a una estan(ci)a que tiene en frente del repartim(ien)to de Voza… […]” AGN. CACIQUES_INDIOS,55,D.18. fol. 717r.

  8.  Actual río Subachoque.

  9.  Boçio en el original. 

  10.  Ver, por ejemplo, el capítulo “Pescado” (pp. 71-73), del libro de Carl Langebaek, Mercados, poblamiento e integración étnica entre los muiscas, siglo XVI, o el capítulo” El pescado” (pp. 183-184), presente en el libro de Julián Vargas, La sociedad de Santa Fe colonial.

  11.  Agradezco a Diego Martínez Celis por compartirme la información sobre el sitio arqueológico y por sus estimulantes ideas que llevaron a proponerlo como un posible sitio relacionado con las prácticas de pesca.

  12.  Sobre este tema ver el trabajo de Daniel Gutiérrez Ardila, 2023. 

  13. Como “Manuscrito 158” se conoce el Diccionario y gramática chibcha, de inicios del siglo XVII, obra anónima que reposa en la Biblioteca Nacional de Colombia y de la cual Stella González publicó una copia en 1987.

  14. Es probable que  “Tabaco” sea una versión españolizada del topónimo muisca Tibaque, que según la documentación colonial, se encontraba en este mismo sector pero en la margen occidental del río Bogotá.

  15. Agradezco a Manuel Gómez por ponerme en conocimiento de estas fotos. Se encuentran en la publicación de 1970, titulada 75 años de fotografía, 1865-1940. Personas, hechos, costumbres, cosas. Allí mismo se señala 1910 como la fecha “aproximada” de su toma. Probablemente fueron hechas por Fernando Carrizosa Valenzuela.

  16.  El apellido Balsero probablemente provenga de la práctica secular por parte de sus ancestros: navegar y pescar en los ríos de la Sabana.

  17.  Ver el capítulo “Capitanes y Guapuchas”, pp. 84-90.  



Fuentes de archivo


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Archivo General de Indias (AGI), Sevilla, Sección Gobierno, Consejo, Expedientes.


Archivo General de Indias (AGI), Sevilla, Sección Mapas, planos, documentos iconográficos y documentos especiales.


Archivo General de la Nación (AGN), Bogotá, Sección Colonia, Fondo Caciques e indios.


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2 Comments


Clemencia Plazas
Clemencia Plazas
hace 9 horas

magnifico articulo, muy oportuno en esto momentos que se quiere desbalsificar hasta la balsa muysca de Pasca


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Jesus Morales
Jesus Morales
hace 2 días

Me transporto desde las primeras líneas, exelentes memorias.

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